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jueves, 30 de abril de 2020

me sobra olvido




Siento una necesidad de no decirte nada. Debe ser que a veces me da por pensar que este olvido me queda grande; o que me sobra olvido, ese que cuando llego a mi casa y observo la ventana me grita todo lo que no nos contamos, y el vacío es lo único que encontramos. 

Me sobra olvido cuando duermo y no pasa nada, y los pájaros no cantaba a las 4 de la mañana. Me sobra olvido de esas palabras que ya no sé pronunciar, de que cada día tropiezo con la misma pregunta:

¿No es olvido y recuerdo la misma cosa? Pero me respondo: “Qué  tontería, cómo puede sobrar algo que no se tiene.”


sábado, 18 de abril de 2020

Primeo, Sueño.



YO NO PUEDO TENERTE NI DEJARTE...

Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos sí sé qué para olvidarte.

Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,
yo templaré mi corazón de suerte
que la mitad se incline a aborrecerte
aunque la otra mitad se incline a amarte.

Sor Juana Inés De La Cruz

Estas palabras están hechas por una monja que nunca conoció el mar, aunque escribió de él. Una mujer que no viajó al espacio, pero intento descifrarlo. Miro las estrellas a través de su telescopio; una poeta que, aunque le llevamos 3 siglos de distancia, aún nos seduce con la cadencia de su lírica; la monumentalidad de su genio y los claroscuros de su enigma.

Margo Glantz la ha llamado el genio de su siglo. Alfonso Reyes aseguró que no es fácil estudiarla sin enamorase de ella. Mientras que Octavio Paz, la definió como una luminaria.

Pero, porqué, qué hizo una monja para despertar tal fascinación, tanto en las voces de su época, como en la nuestra, aquella musa de anillo y velo, de plumas y astrolabios, glorioso honor de la nación mexicana.

Quien es esa que le ha robado la sonrisa de Mona Lisa, para surgir en los billetes de 200 pesos, aquella de la que se especula tanto: ¿Qué si fue feminista? ¿Lesbiana? ¿Rebelde o casi Santa? ¿Qué si fue víctima de la censura de la iglesia, por atreverse a escribir o estudiar? ¿por desafiar a los hombres de su época? Por dialogar con Dios desde la ciencia…

La décima musa, Fénix de América, Sor Juana Inés de la cruz…     

En 1850 el poeta y escritor danés Hans Christian Andersen, maestro de la literatura fantástica publicó un libro en prosa dedicado al Ave Fénix, ese ser mitológico que se conocen en las leyendas imaginarias de múltiples tradiciones antiguas, como emblema de resurrección y símbolo del sempiterno sol naciente. En sus líneas, Christian Andersen describe al fénix: “el pájaro vuela entorno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuenta le leyenda que vive en Arabia, y que cada 100 años se da la muerte abrazando su propio nido y que del rojo huevo sale una nueva ave fénix… la única en el mundo.”    

Andersen retoma el mito contado por Heródoto en la Grecia antigua, de que el ave Fénix incendiaba a sí misma sobre un nido de mirra cuando era tiempo de morir, siempre resurgiendo del polvo gris con su plumaje intacto de tonos dorados púrpura y escarlata. Pero además de la acepción de criatura mitológica, símbolo del fuego inmortal, Fénix era comúnmente un calificativo otorgado a personajes de talento extraordinario como Sor Juana Inés de la cruz. Nacida, forjada y celebrada en la segunda mitad del siglo XVII, Sor Juana fue laureada tanto en Europa como en la Nueva España como la décima musa y Fénix de América, superlativos que rendían honor a su apasionado estilo y sus provocativas rimas.



Sor Juan escribió en todas las métricas del siglo de oro español: Sonetos, romances, liras y hasta villancico que nada tienen que ver con esas melodías odiosas que suenan en los foquitos de Navidad. Escribió versos en Náhuatl y latín, un poema que se puede leer en tres direcciones distintas; obras de teatro y tratados teológicos, convirtiéndola, no sólo en una de las representantes más altas y prolíferas de la historia literaria de nuestro país, sino de toda la literatura en castellano.

En su carta titulada “respuesta a Sor filotea de la cruz” una mitad respuesta y una mitad autobiografía escrita 5 años antes de su muerte, Sor Juana abre reciente su vida y nos relata en claroscuros, hechos determinantes de su niñez y de su tempranísimo ser de conocimiento:

“Desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras que ni agencias reprensiones, ni propias reflejan han bastado para que deje este impulso que Dios puso en mí.” Declara Sor Juana en su respuesta: Y luego se refiera a su habilidad de hacer versos: “En mi es tan natural que aún me violento para que esta carta no lo sea.”

Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar… que fuera en mí desmedida soberbia sino, sólo por ver si con estudiar ignore o menos así lo respondo y así lo siento.










Pero no podemos seguir hablando de Sor Juana sin detenernos a citar algunos de sus versos, ejemplos dignos de la poesía más audaz, bella e ingeniosa, que jamás se haya escrito en nuestro idioma. A diferencia de otras monjas escritoras, Sor Juan trasciende el cerco de poesía mística y explora de maneras intrincadas y profundamente intelectuales aspectos de la naturaleza, la ciencia y el sentir humano.

Incluso, más allá de sus infames redondillas de hombres necios, poseen estrofas aún más contundentes que las más conocidas, como aquellas donde sanciona, con la firmeza de su pluma, la doble moral de los hombres frente al comportamiento de las mujeres:

“Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite ingrata,
y si os admite es liviana.

Pero quien se anime a leer a Sor Juana, más allá de hombres necios, descubrirá que, ese mito de que escribía contra los hombres, en realidad fue una juglaresca de estrofas vivas, que cantaba con especialidad al amor, o, mejor dicho, al desamor.  

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Como ese Soneto que describe a la perfección el desdichado triángulo amoroso donde a quien amamos no nos corresponde, y a quién nos ama no correspondemos:

  Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata,
maltrato a quien mi amor busca constante.

  Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata,
triunfante quiero ver al que me mata
y mato al que me quiere ver triunfante.

O aquella lira donde dominó la sinestesia mucho antes que lo modernistas:

Óyeme con los ojos,
Ya que están tan distantes los oídos,
Y de ausentes enojos.

Esos versos donde insiste, que el amor debe rendir pruebas:  

Salgan signos a la boca
de lo que el corazón arde,
que nadie, nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.

Igual de fascinante es, cuando osa atacar a la esperanza:

Enfermedad de la esperanza
la desesperación o la confianza:
¿quién te ha quitado el nombre de homicida
si se advierte que suspendes el alma entretenida.

Por ello la llaman la loca, decrépita y se burla de los ilusos.

Que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.

Y por supuesto, como olvidar ese poema donde defiende a los celos:

¿cómo sin tenerlos puede
el amor estar perfecto?
¿hay celos?, luego hay amor;
¿hay amor?, luego habrá celos.
Y su última carta:
Y así, Amor, en vano intenta
tu esfuerzo loco ofenderme:
pues podré decir, al verme
expirar sin entregarme,
que conseguiste matarme
mas no pudiste vencerme.


Según el relato de su primer biógrafo, el jesuita Diego calleja, El virrey vívido por el morbo y el deseo de comprobar si la inteligencia de Sor Juana era auténtica, convoca a 40 expertos de la ciudad para que sometan a Juana Inés a un examen exhaustivo de conocimiento del cual resulta ilesa. Esta anécdota resulta imprescindible en la construcción de la figura de Sor Juana y el mito de su sabiduría casi sobrenatural; curiosamente ella no repara en este hecho en su autobiográfica; lo que, sí menciona Sor Juana en su carta, es su completa renuncia al matrimonio y su deseo de vivir sola, sin labor, o compañía que la distrajera de su estudio al que se refiere como el sosegado silencio de los libros; y conducen a tomar el hábito y la cruz:

Era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinentillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazarse la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros.

EL PRIMERO SUEÑO:

El primero sueño es un poema de 975 versos que acontece durante la noche cuando el alma abandona el cuerpo en una pretendida quimera que la eleva las esferas celestes, hogar de las inteligencias cósmicas y de los ángeles. Durante el sueño, una sombra piramidal con un eclipse donde se proyectan los contornos de la luna embistiendo los cielos y en el espacio el alma que aspira descubrirlo todo alcanzar las Estrellas y descifrar el origen del Cosmos se confronta con el silencio y la saturación del universo ahí ve reflejado sus anhelos sus capacidades y su imposibilidad de asimilar el conocimiento.

El primer sueño es un poema único, una composición que, si bien imita las formas y las métricas de la tradición barroca representativa, también es una suma literaria y filosófica de toda la época. En el primero sueño, Sor Juana demuestra su saber científico, ella conocía de la ciencia médica, por ejemplo, apela las causas fisiológicas del sueño que necesita de ciertos vapores para emprender ese viaje imaginativo

En el poema, el lector junto con Sor Juana, vive en la ansiedad que transita el espíritu al intentar calcar las formas del universo a través de la imaginación, por ello el poema se vuelve casi indescifrable en las primeras lecturas. Ese sueño que no es más que una ficción termina al despertar el alma, y regresa al cuerpo, vuelve a la tierra a su realidad y se descubre en su derrotada.